La educación financiera emerge como un pilar fundamental para impulsar la equidad y la prosperidad en América Latina. Frente a cifras que revelan avances y desafíos, es vital comprender el panorama actual y adoptar estrategias creativas que permitan cerrar brechas y empoderar a millones de personas.
En los últimos años, la región ha registrado un crecimiento gradual en términos de inclusión financiera. En 2024, solo el 28% de los adultos latinoamericanos alcanzaron un nivel avanzado de inclusión financiera, frente al 16% en 2021 y al 25% en 2023. Este progreso se refleja también en el Índice de Inclusión Financiera (IIF), que pasó de 38 puntos en 2021 a 47,6 puntos en 2024.
El estudio de Credicorp, basado en encuestas a más de 13.000 personas de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, México, Panamá y Perú, sostiene que estos números, aunque alentadores, muestran la enorme distancia que aún separa a la región de los estándares de países OCDE.
En cuanto a la alfabetización financiera, solo el 41% de la población chilena alcanza niveles básicos, muy por debajo del 71% promedio en países desarrollados. En PISA, el 38,1% de los estudiantes de Chile se ubicó por debajo del nivel mínimo necesario para participar plenamente en la sociedad.
La persistencia de la desigualdad estructural en América Latina impide que la educación financiera cumpla su rol transformador. Con el 55% de la renta nacional concentrada en el 10% más rico, la falta de formación conduce a decisiones impulsivas, sobreendeudamiento y escaso ahorro productivo.
Además, se enfrentan características propias de la diversidad de públicos vulnerables: niños, jóvenes, adultos, jubilados, migrantes y comunidades indígenas requieren enfoques específicos y culturalmente relevantes.
En respuesta, varios gobiernos han diseñado estrategias nacionales de educación financiera. El Salvador, por ejemplo, lanzó en 2022 su ENEF para fomentar competencias financieras en ámbitos personal y empresarial, alineando metas locales con objetivos globales de inclusión y bienestar.
Instrumentos como módulos en pruebas internacionales (PISA) y estudios regionales permiten medir el impacto de estas iniciativas y ajustar las metodologías constantemente.
Para acelerar el avance en educación financiera, es imprescindible diseñar soluciones integrales y colaborativas. Estas propuestas pueden moldear un ecosistema donde cada persona desarrolle habilidades sólidas y confianza para tomar decisiones informadas:
Asimismo, la creación de redes de mentoría y comunidades de aprendizaje facilita el intercambio de experiencias y mejores prácticas, fortaleciendo el sentido de pertenencia y colaboración.
La educación financiera no es un lujo ni un complemento opcional: es una herramienta esencial para vencer la pobreza, impulsar la movilidad social y fortalecer la resiliencia frente a crisis económicas.
Cada actor—desde el maestro hasta el banquero, desde el emprendedor rural hasta el líder comunitario—puede contribuir con un granito de arena. Al sumar esfuerzos, podemos transformar la realidad de millones de latinoamericanos y construir un futuro más justo y próspero.
Es momento de dar un salto cualitativo: adoptar la innovación, fomentar la colaboración y asegurar que nadie quede atrás en el camino hacia la inclusión financiera.